PERFIL

Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

VIDEOS

MIS LIBROS

UN AÑO SIN SABINO

27 de octubre de 2010

Estos días se cumple el primer aniversario de la muerte de Sabino Fernández Campo, sin duda alguna el asturiano que más relevancia ha tenido durante la Transición a la democracia. El tiempo no ha borrado su memoria ni ha empañado el recuerdo que nos queda de su sabiduría y ponderación en el seguimiento de la actividad pública. Sus opiniones, a menudo simples frases, se habían convertido en sentencias de una claridad asombrosa y un valor ético muy importante.

Lamentamos con mucha frecuencia la ausencia de intelectuales capaces de influir y señalar caminos en los momentos de confusión que nuestra inquieta sociedad atraviesa. Sabino Fernández Campo  era uno de los pocos que nos quedaban, que siempre acertaba en las críticas y premoniciones, y es lógico que le echemos de menos. Es mucho lo que le debe la consolidación de la democracia, cuya fugacidad tanto ayudó a contener, y el difícil equilibrio en que mal que bien, quizás más bien que mal, consigue mantenerse la estructura del Estado descentralizado con el que se salvó la herencia perversa de la Dictadura.
Mirando atrás con la breve perspectiva de doce meses, la memoria de Sabino se agranda con nuevos destellos de su condición polifacética. A sus amigos nos queda la imagen de su cordialidad, bondad personal y predisposición a la ironía rebosante de talento. Pero en su personalidad y en su aportación a la convivencia de todos hay muchos factores positivos más que ya le han convertido en un personaje histórico; en uno de esos asturianos que como Jovellanos y otros muchos ejemplos orientaron de manera brillante el rumbo de nuestro futuro.
En Madrid se ofician esta semana funerales por el descanso de su alma a los que están asistiendo muchas personas que sin tener relación alguna con él o con su familia quieren testimoniar con su presencia la admiración y el respeto que había conseguido ganarse en la calle, y no sólo entre quienes de alguna manera compartían con él el protagonismo en el primer plano de la actualidad política y social. Su nombre y el recuerdo de su aportación a la reconciliación lejos de las secuelas del resentimiento y a la convivencia entre los españoles todavía no han sido suficientemente valorados.

CIVILIZACIONES INTOLERANTES

24 de octubre de 2010

La tolerancia no es, por desgracia, un valor en alza. En Europa llevamos mucho tiempo clamando por una mayor comprensión hacia los que exhiben algunas diferencias, pero sin éxito. Los años de bonanza económica favorecieron una cierta convivencia entre nativos e inmigrantes de otras culturas, etnias y religiones. Los trabajadores foráneos se habían vuelto necesarios para desarrollar funciones que en nuestros países ya casi nadie quería asumir. Pero la deseada integración de los recién llegados apenas se produjo y con las dificultades económicas, la empresa se vuelve más difícil. La buena voluntad de las autoridades y una parte de las sociedades europeas apenas ha pasado de los mejores propósitos sobre una convivencia fundamentada en el respeto. La realidad sin embargo se vuelve tozuda y reiterativa. La Historia demuestra que esa integración es difícil y, en contra de lo que cabría pensar, no por ensayarse de nuevo ahora con niveles más elevados de educación, se vuelve más factible. Antes al contrario, cobra otras formas y dimensiones como estamos viendo en muchos de los países más avanzados.
Los partidos políticos de extrema derecha que fundamentan su ideología en su animadversión hacia los inmigrantes crecen y se multiplican en casi todo el continente. Por ahora, España es una excepción. Y lo peor no es que surjan partidos minoritarios de ideología xenófoba, lo peor es que sus principios y capacidad de arrastre empiezan a contaminar al resto del arco político. Que en un país tan moderno y democrático como Holanda sea un partido islamófobo el que tenga la llave para la formación del nuevo Gobierno es preocupante. Esto, en diferente medida, ocurre en Francia, Italia, Austria y un largo etcétera con Alemania a la cabeza. Hace unos días, Angela Merkel sorprendió con un discurso en el que apuntaba algunas inquietudes en este terreno. Sus palabras, de una bien estudiada ambigüedad, parece que intentaban calmar a los duros de su partido que cada vez con mayor virulencia van cayendo en la tentación de criticar a los millones de musulmanes que viven en el país como causa de sus problemas. La crisis económica, insisto, no cabe duda que ha estimulado esta animadversión aunque la realidad es que siempre ha existido.
La integración es difícil sobre todo si, como viene ocurriendo con frecuencia, la voluntad de lograrla no es compartida por ambas partes. Los gobiernos de diferentes niveles de las administraciones públicas tienen mucho que aportar y no parece que lo estén haciendo. Pero también las sociedades locales y advenedizas deben poner más de su parte y la realidad es que salvo excepciones tampoco lo están haciendo. En el caso de los musulmanes, que son los que provocan más rechazo, es muy poco el esfuerzo que ponen por adaptarse y mucho lo que arriesgan obstinándose en imponer sus condiciones y peculiaridades. Lejos de aceptar la realidad que les acoge, bien es verdad que con indiferencia en el mejor de los casos y a menudo con desconfianza y hostilidad, suelen refugiarse en sus costumbres y tradiciones con unas exigencias que no animan a la comprensión ni, a menudo, a la tolerancia. Ocurre con el uso del velo, cuando no del burka, de las mujeres que choca incluso con la exigencia social de llevar la cara descubierta por elementales razones de seguridad. Todo por no recordar la hostilidad de algunos de sus líderes religiosos. Ahora mismo, todavía no se puede hablar de conflicto, pero el temor a que las tensiones y resistencias vayan en aumento está ahí y es preocupante. Los españoles deberíamos mirar al exterior y aprovecharnos con realismo y sin demagogia de esa lección triste de intolerancia que nos llega desde la vecindad más próxima.

ABELARDO

21 de octubre de 2010

Hacía varias semanas que Abelardo García estaba mal; en su familia y entorno se temía lo peor aunque nadie quería asumirlo. Y falleció el lunes en el Hospital General de Asturias. Hoy será enterrado en Cangas de Onís, la ciudad donde residía desde hace muchos años y donde ha desarrollado la mayor parte de su actividad empresarial. Había nacido en Amieva, en el seno de una familia de comerciantes modestos en la que se ejercitó desde muy joven en el comercio rural, y siempre había manifestado una fuerte vinculación con su lugar de origen.
Deja viuda -Raquel, ex profesora del Instituto-, tres hijas -Raquel, Julia y Salomé-, hijos políticos y varios nietos. En estas horas de dolor, todos ellos apenados, igual que muchos amigos -que todavía no nos hemos repuesto del impacto de la noticia ni mentalizado de la enorme pérdida que su muerte nos supone-, sufren en estos momentos la irreparable pérdida de su cariño, de su compañía y de la alegría de vivir que su proximidad siempre proporcionaba a cuantos le rodeaban.
Abelardo, como era conocido popularmente, era un hombre sencillo, cordial, irónico, íntegro e inteligente. Muy inteligente aunque él a veces lo intentaba disimular protegido por una imagen de curiosidad intelectual que permanentemente le animaba a preguntar y a interesarse por el análisis ajeno de los hechos y las noticias. Nada le era indiferente, de todo sabía y de todo tenía ideas claras aunque nunca las exhibía de manera frívola o irresponsable. Nada más ajeno a su personalidad que el dogmatismo o la prepotencia. Era conservador en sus ideas básicas pero tenía un excepcional sentido de la igualdad entre las personas, de la justicia y de la necesidad de erradicar las diferencias sociales.
En el mundo de los negocios, en el que desarrolló su actividad profesional, fue sin duda un autodidacta brillante y exitoso. Sus iniciativas, bien secundadas enseguida por su yerno Antonio Puente, dinamizaron el desarrollo de la industria turística tanto en Cangas de Onís como en otros municipios del Oriente. Abelardo era el consejero oportuno, el socio siempre leal y fiable y, sin duda, la persona que pronto generaba amistad, propiciaba confianza y facilitaba el entendimiento. Su prestigio era reconocido en toda la comarca lo mismo que en las comarcas fronterizas de León. Nunca, se escuchaba hoy en Cangas, una mala noticia ni un traspiés en sus actividades empeñó la imagen limpia de hombre serio y ponderado de Abelardo.
Durante un tiempo, en los ya lejanos años de la Transición a la Democracia, Abelardo García fue concejal del Ayuntamiento de Cangas de Onís por el Partido Popular. Su trabajo municipal en aquellos difíciles tiempos fue igualmente impecable. Fue un opositor firme a la gestión de la Alcaldía, entonces en manos de la UCD, pero invariablemente, desde la honestidad, el pragmatismo y la visión de futuro que siempre presidió su actitud. En Cangas, donde bien puede decirse que no tenía más que amigos, mejor dicho, donde todos éramos sus amigos, deja un vacío imposible de llenar. La figura esbelta, su cabello pelirrojo, su permanente sonrisa y su aspecto de sabio -lo era- despistado sintetizaban sin duda el mejor ejemplo de eso que conocemos como la imagen de la mejor calidad humana.
Diego Carcedo