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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Memoria flaca

24 de febrero de 2012

Casi todos los días leemos o escuchamos noticias que reflejan la prepotencia política y económica germana en estos momentos generalizados de crisis en todos los países que Alemania tiene por vecinos, socios y aliados. El Gobierno de Berlín, encabezado por Angela Merkel, no se está caracterizando por su solidaridad con quienes enfrentan problemas ni mucho menos con quienes sufrieron sus agresiones y sadismos y si embargo, cuando llegó la hora de su hundimiento, no dudaron en aportar su granito de ayuda para que pudiese salir del hoyo en el que la había sumergido su ambición imperial.
Nadie parece acordarse ahora de lo que hizo la Alemania nazi y de la contribución universal para que consiguiese recuperarse de sus monstruosos errores hasta acabar convirtiéndose en la potencia que hoy impone sin compasión penas y quebrantos para los demás.
Grecia, que últimamente es su víctima más propiciatoria, sufrió por los años cuarenta una invasión escalofriante de su soberanía y una represión terrible de los nazis, es decir, de los alemanes que ahora tal parece que quieren volver a repetir su agresión cegándoles a sus sufridos habitantes todas sus formas de vida. Sería bueno que las autoridades alemanas mirasen atrás y si no lo hacen, que alguien se lo recuerde.
Ningún país europeo tiene más motivos para permanecer callado en su memoria que la Alemania resurgida de sus escombros gracias a la ayuda exterior, comenzando por el borrón derramado sobre sus crímenes para que pudiese recuperarse e incardinarse de nuevo en la sociedad mundial con voz y voto.
Si alguien en el mundo contemporáneo acumula más razones para ayudar a los demás, y particularmente a quienes fueron sus víctimas, es la Alemania de Angela Merkel que incluso usufructuó no hace mucho todavía la tolerancia y el respaldo de las sociedades democráticas para librarla del comunismo y propiciar su reunificación. Pero, evidentemente la memoria es flaca y la de la señora Merkel más que flaca, escuálida.

¿Dónde están las pesetas?...

4 de febrero de 2012

Al parecer todavía hay por ahí pesetas sin cambiar por un importe estimado de 1.707 millones de euros. Un pastón, desde luego. Lo que no se sabe es dónde están guardadas, quizás embutidas en calcetines, debajo de colchones o en alguna alacena secreta oculta tras un cuadro. Nadie sabe ni parece preocuparse por su paradero, pero el Banco de España lleva la contabilidad de las que siguen sin volver a su redil y de vez en cuando lo recuerda. Todos los días acuden a sus ventanillas personas, mayormente de edad, con unos cuantos billetes para cambiarlos.
Me dicen que a muchos se les ve temblorosos y desconfiados, mirando a derecha e izquierda antes de sacarlas de la cartera, tal y como si fuesen conscientes de que están haciendo algo mal. Y nada menos cierto. Las leyes no prohíben tener pesetas apolilladas en casa ni resistirse a cambiarlas por euros que, dicho sea de paso, a veces salta a los periódicos sumido en dudas sobre su futuro. La posibilidad de cambiarlas sigue abierta sin que nadie al otro lado de la ventanilla pregunte por su origen ni recrimine por retrasarse tanto. El funcionario las cuenta, calcula, reintegra y ya está.
Pero estarán conmigo que el misterio de dónde están, quién las tiene y, quien las tiene por qué las guarda con tanto celo, despierta curiosidad y de vez en cuando la sospecha de que al menos en ciertos casos algún temor debe de estar detrás de tan extraño comportamiento. Mil setecientos millones largos de euros son muchos millones y convertidos en pesetas se convierten en un atragantón de ceros que muchos mortales no acertamos a digerir. Yo he estado rebuscando y he encontrado unas cuantas, desde luego menos de cien, en calderilla variada que se quedaron en los cajones, pero hasta 1.707 millones de euros aún quedan muchas por localizar.