
En un país serio la política exterior es una cuestión de Estado más que del propio Gobierno. Ninguna otra faceta de la Administración Pública requiere tanta continuidad en sus principios. Por eso su ejecución está encomendada a los diplomáticos, funcionarios de alto rango cuyo perfil ideológico no cuenta si tienen bien asumida su condición de servidores del Estado, y descartada su adscripción política. No es una casualidad ni nada trivial que en algunos sistemas institucionales, como el francés, el ministro de Exteriores sea un cargo reservado a la designación del Jefe del Estado. En España no llega a tanto, pero también es casi una tradición de...
