Esa mala costumbre que tenemos de darnos la mano habrá que irla desterrando. Eso al menos recomienda el eminente virólogo Natham Wolfe, profesor de la universidad norteamericana de Stanford. Y es que, según parece, darnos la mano es "malísimo", así de simple. El científico lo expone con pelos y detalles en su próximo libro, "la tormenta viral", que está a punto de exhibirse en los escaparates. Al parecer, las manos llevan adheridos millones de agentes infecciosos que en los saludos pueden pasar sin percatarnos del riesgo de unos a otros y ser la causa de las enfermedades más variadas y engorrosas.
Últimamente ya los médicos recomiendan lavarse las manos con mayor frecuencia, aunque no todo el mundo les hace caso. Hay quien por ahorrar agua convierte a sus dedos en criaderos y reservorios de microbios. Wolfe hizo sus estudios y está convencido de que si abandonásemos el pernicioso hábito de darnos la mano tal y como si fuésemos franceses, que son los reyes de esta forma de confraternización, nuestra salud nos daría menos preocupaciones. Porque, además, hay algo que olvidamos y es que los agentes infecciosos son chiquititos pero tienen una capacidad de supervivencia hasta de veinticuatro horas, y no sólo en las manos sino en cualquier cosa que las manos hayan tocado.
El doctor Wolfe es comprensivo ante el argumento de que de alguna manera hay que saludarse y despedirse y lo único que se le ocurre es que el apretón de manos lo sustituyamos por una inclinación de cabeza, como ya hacen los siempre prevenidos japoneses, o si se insiste en algún tipo de contacto físico, pues con un toque ligero de codos. Los besos deben quedar reservados para las efusiones amorosos y el choque de narices de los maoríes, pues para las películas con actores bien desinfectados.
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