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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Los males nunca vienen solos

29 de septiembre de 2011


Los males nunca vienen solos y a Europa le han caído varios coincidiendo con estas crisis económicas, que se enredan unas en otras como las cerezas, y los responsables y expertos no saben cómo encararlas. Parece, veamos, que por fin, Angela Merkel está poniendo los pies en Europa. Porque uno de esos males, y no pequeño, es que Alemania, el motor de la integración durante tantos años y el país que lidera la economía continental, ha venido a manos de Angela Merkel, la dirigente que hasta ahora ha demostrado menos visión de futuro y menos sentimiento europeísta de todos los cancilleres que en Alemania se han sucedido. Merkel y su endeble coalición con los liberales, que no saben cómo sacar tajada electoral de su cooperación en un Gobierno que hace aguas, no puede desprenderse de sus años bajo un régimen comunista, al que sigue odiando y del que tanto nacionalismo ha aprendido. Su orgullo germano no le permite compartir muchas decisiones y muchos problemas con unos socios comunitarios a los que considera como paniaguados de su superioridad económica. No se ha enterado, por lo que parece, que Alemania ha crecido y es económicamente superior gracias a la clientela cautiva que su industria tiene en la UE. Pero lo está pagando por partida doble, porque los errores siempre se pagan. En primer lugar, en votos. Las elecciones en los länder han justificado muchas de sus negativas a las medidas que hacen falta para sacar a la Eurozona y a la moneda única del atasco en que se encuentran. Merkel se ha dejado llevar por la demagogia de los nacionalistas, en quienes aparecen a veces atisbos de desprecio hacia otros pueblos, y si embargo sus argumentos no le han servido para nada; si acaso para acumular derrotas, ya en cinco regiones federadas. Tampoco le están funcionando sus recetas suicidas para que todos nos pasemos los días acudiendo al talabartero para que haga nuevos agujeros a nuestros cinturones. Su condescendencia con los mercados, que no por hallarnos en crisis están perdiendo dinero, ha impuesto por toda Europa recortes presupuestarios, reducciones brutales del gasto, incremento más o menos visible de los impuestos, descenso progresivo de la inversión y el consumo, y aumento del desempleo. Se reducen, sí, la deuda y los déficit pero también cae la actividad económica, la recaudación pública, los ingresos de las familias y. el gasto. Asistimos a una caída en la compra de productos como coches de alta gama, cuyo origen en buena medida es alemán. Hace un mes, Merkel y su Gobierno se encontraron con la sorpresa de que el crecimiento del país se había paralizado. Y es que, aunque Alemania tiene mejores posibilidades para la recuperación que los demás, su insolidaridad y su incapacidad para liderar soluciones globales la ha colocado en una posición delicada. Cada vez que las bolsas sufren una de esas arremetidas que hunden sus índices, las alemanas son las primeras en desplomarse. Y es que, sin Europa, Alemania es menos. Merkel fue en su momento una promesa entre la desvaída derecha europea, pero su imagen política se ha volatilizado tanto dentro como fuera de su país. La actitud de insolidaridad que exhibe con tanta frecuencia está creándole a Alemania una pésima imagen. Cada vez se la ve más como un enemigo que como un aliado solidario. Aunque todavía menos que en otras, su economía vinculada al euro también sufre y la actitud de su canciller lejos de proporcionarle réditos políticos no cesa de acarrearle derrotas y pérdida de respaldo que anticipa que su carrera no parece augurarle un buen futuro. Menos mal que el Constitucional, respaldando los rescates, le acaba de quitar argumentos para su escasa insolaridad.
 

Asturianos para recordar

Ignoro cuál es el procedimiento que sigue el Gobierno regional para otorgar las medallas que entrega cada año a los asturianos más relevantes en el acto político más solemne en torno al Día del Principado. Y, aunque resulte extraño, hoy prefiero no saberlo, porque esa ignorancia momentánea me permite opinar con mayor margen de independencia que en esta ocasión, y no ha sido la única, ha juzgado con buen criterio y, en mi opinión, ha acertado plenamente. La lista de galardonados coincide en la apreciación de que todos son merecedores de que Asturias les brinde un reconocimiento público a su contribución en diferentes ámbitos de la modernización y la convivencia en libertad y se les confiera la condición de asturianos para recordar.
Las medallas tienen en esta edición un evidente, aunque no único ni mucho menos, carácter político bien justificado por el trigésimo aniversario que cumple el Estatuto que le confiere a Asturias su autonomía. Entre ellas destaca la Medalla de Oro a título póstumo al socialista histórico, y no por histórico menos contemporáneo, Rafael Fernández, primer presidente, una de las personalidades recientes de la política asturiana, dignísimo sucesor de Jovellanos, Riego o Melquíades Alvarez, que más respeto y admiración concita, y quizás el político español que mejor representó ese tránsito -superador de una guerra y cuatro décadas de Dictadura- entre la democracia republicana del pasado y la democracia monárquica actual.
La recuperación de la democracia, después de tantos años de permanecer proscrita y perseguida, complementada con la descentralización administrativa y la implantación del sistema autonómico se consiguió plenamente en Asturias gracias a la buena disposición para el entendimiento de los partidos más importantes del espectro político regional. Entre ellos existían lógicas diferencias como no podía ser de otra forma, pero todos supieron renunciar a actitudes fundamentalistas, privilegiar el diálogo y prestarse a acuerdos de mínimos denominadores que consolidaron el sistema democrático que, sin dejar de ser acreedor a críticas y susceptible de mejoras, funciona con normalidad institucional y eficacia administrativa.
Jesús Sanjurjo, del PSOE; Emilio García-Pumariño, de la desaparecida UCD; Gerardo Iglesias, del PC, y Juan Luis de la Vallina, de AP (hoy Partido Popular), no fueron los únicos líderes que prestaron tan importante contribución en Asturias a la transición democrática -hay otros muchos nombres que merecen también el reconocimiento-, pero son los cuatro más representativos y los que mejor simbolizan la voluntad de entendimiento que fue la que logró el éxito de aquella evolución que ahora usufructuamos. Es de bien nacidos ser agradecidos y todos ellos merecen, desde luego, esta Medalla que representa en el reconocimiento a todos los asturianos.
Pero los méritos en el ámbito de una sociedad no se circunscriben sólo a la actividad política, aunque la efemérides del treinta aniversario de la Autonomía se imponga en esta ocasión. En la concesión de las medallas se ha tenido en cuenta también la actualidad que su retirada de la actividad pública le confiere a la figura del diplomático Alberto Aza, jefe de la Casa del Rey, personalidad igualmente crucial en la transición democrática, y exembajador de España en el Reino Unido y ante la OEA. En todos sus puestos y circunstancias Alberto Aza ha sido un funcionario ejemplar que sabía conjugar su entrega al trabajo, su inteligencia y el mejor tacto a la hora de enfrentar situaciones complicadas, con su cordialidad y nobleza típicamente asturianas.
Blanca Álvarez Pineda en sus años de directora del Archivo Histórico demostró unos conocimientos y una visión clara de la importancia y previsión de futuro que merece esta institución. Su trabajo ha sido sin duda una de las aportaciones más valiosas a la cultura y la investigación histórica que se han hecho en Asturias. Y no menores razones justifican la medalla concedida, también a título póstumo, a Emilio Llamedo, el parragués cuya capacidad, afición y entusiasmo han sido decisivos para la perpetuación del éxito del Descenso del Sella tras la desaparición del también inolvidable Dionisio de la Huerta.
Más allá de estos nombres, todos igualmente dignos de encomio, las Medallas de Asturias dejan en su nueva edición algo que, sin ánimo de mirarnos el ombligo, no debería ser olvidado y es que el Principado tiene una buena reserva de personalidades relevantes, susceptibles de despertar respeto y admiración del mismo modo que cuenta con una excelente predisposición para la gratitud y el reconocimiento hacia quienes más descuellan en su contribución a la colectividad