PERFIL

Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Jodidos pero felices

28 de abril de 2012



Los habitantes de Fucking, el pueblecito austriaco cuyo nombre desencadena polémica desde antiguo, están hechos un lío, con la “picha” y con la imagen. Reconocen que ahora, en que quien más quien menos sabe algo de inglés, el nombre de su pueblo, que en alemán es anodino, en cambio en inglés significa jodido y eso choca a la perspicacia ajena, claro, provoca chistes fáciles y acaba convirtiendo a sus vecinos en motivo frecuente de cachondeo cuando algún extranjero lo visita, a veces sólo para recrearse, o cuando tienen que revelar en público su localidad de origen.
El pueblo es pequeño, apenas cuenta con 104 personas, en buena parte ancianos, y ni siquiera tiene Ayuntamiento propio lo cual se vuelve un problema añadido. Pertenece al municipio de Tarsdorf – a 350 kilómetros de Viena – y el alcalde cada vez que se plantea la cuestión del nombre se lava las manos. Fucking, eso sí, está bien señalizado en la carretera, a la entrada y a la salida, y nunca faltan graciosos que al pasar por allí se detienen a hacer unas gracietas en el café de la plaza e incluso a llevarse los indicadores como souvenir para sus despachos.
Estos días la polémica ha arreciado porque uno de los vecinos más influyentes se ha empeñado en promover por enésima vez el cambio de nombre de la localidad y así acabar de una vez por todas con el problema. Pero la mayoría de sus paisanos se niegan a cambiarle el nombre e incluso a someter la decisión a referéndum. Y recuerdan que hace un tiempo ya se hizo una consulta popular al respecto y fue rechazada de plano por la casi totalidad del censo. Muchos dicen que les parece bien el nombre, que será ridículo pero que su pueblo lo conserva a mucha honra desde el siglo VI, cuando fue fundado, y que quienes lo vean jodido pueden opinar como quieran porque la realidad es que ellos están contentos.

Multas: Si no tienen para comer

19 de marzo de 2012



A los mendigos de Valladolid, que bastantes desgracias enfrentaban ya teniendo que pedir limosna para comer, los males no cesan de acosarles. Ya no es sólo el frío de la intemperie ni la actitud de algunas personas que lejos de contribuir con unas monedas se limitan a responderles al pasar: “Trabaje como trabajo yo”, tal y como si trabajar fuese posible en estos tiempos. Ahora también es el malhumor de los guardias municipales que siguiendo las instrucciones del Ayuntamiento, les obligan con cara de malas pulgas a abandonar la esquina, a correr con sus escasas pertenencias bajo el brazo cuando les ven aparecer por el fondo de la calle y, si son atrapados, que Dios y el Patrón de la ciudad no lo permitan, a pagar una multa.

Una multa, sí, en metálico, que puede llegar a los setecientos cincuenta euros e incluso al doble en caso de reincidencia. Al margen de las consideraciones que unas ordenanzas municipales tan despiadadas despiertan, al margen del derecho insoslayable de las personas a buscarse lícitamente la vida y a ser objeto de la caridad de los demás seres humanos, al margen, ya digo, de estas cuestiones, uno también se plantea la pregunta: ¿De dónde van a sacar los pobres mendigos vallisoletanos setecientos cincuenta euros para pagar una multa? ¿Mendigando, implorando a los transeúntes una ayuda ya no para un bocadillo, que eso al parecer pasa a segundo plano, sino para ponerse a bien con la Hacienda municipal?

Y, si no pagan, que será lo más normal y lógico, que va a hacer el Ayuntamiento, ¿embargarles el cartón que despliegan por las noches para taparse y evitar quedarse congelados durante el sueño? Al margen de estas preguntas, tan proclives a la ironía, se impone otra: ¿Con qué derecho el Ayuntamiento de Valladolid puede oponerse a que unas personas sin suerte en la vida para presidir bancos o acceder a la Alcaldía de la ciudad, se busquen la manera de sobrevivir sin amenazar con una navaja a nadie ni romper el escaparate de un supermercado para robar una botella de leche? Es triste que en tiempos de miseria colectiva un Ayuntamiento, que debería serlo igual de ricos que de pobres, se comporte con tics de insensibilidad humana tan deplorables.

Teodorín

4 de marzo de 2012

En Guinea Ecuatorial, que pesar del petróleo sigue siendo uno de los países más pobres de Africa, es decir del mundo, tienen en nómina pública a uno de los mayores despilfarradores de bienes ajenos que a alguien con sentido común quepa imaginarse. Se llama Teodoro Obiang, como su padre, el dictador perpetuo de la plaza, pero se le conoce en los ámbitos internacionales de la ostentación y el consumo desmesurado por el diminutivo de “Teodorín”, nombre con 43 años en las espaldas más bien de cómic borde y despótico o, si se prefiere, de poquita cosa venida a más.
Poquita cosa sería el tal “Teodorín” si su papá no le hubiese encumbrado enseguida a ministro de Agricultura y Bosques, sobre todo de bosques, porque esa es la condición que le permite sacar tajadas más que millonarias de las talas que sin la más mínima consideración por el medio ambiente ni el más mínimo escrúpulo por la honradez administrativa, están realizando madereros desaprensivos – no es el único que se forra entre tanto chanchulleo – por todo el país. Toda la familia Obiang se está enriqueciendo de manera galopante, ahora con el petróleo.

Pero a “Teodorín” le han tocado las mordidas de la madera y él lo dilapida por el mundo adentro con el mayor desparpajo y la más sangrante ostentación hortera que se recuerda. Compra mansiones, coches, obras de arte, joyas, en fin, lo que le sale al paso con tal de que sea caro. Hace la competencia de manera descarada a los jeques árabes sin que le importe lo más mínimo la miseria que agobia a sus paisanos en Guinea Ecuatorial. Hace unos días la Justicia francesa allanó un piso de no sé cuantos miles de metros que tenía en el centro de París y se incautó de los lujos más disparatados que almacenaban.
La mansión de París, en la que invirtió un montón de millones de euros, daría con creces para solucionar las carencias de las escuelas de su país y lo que el personaje se gasta en comilonas, drogas y putas para pagar a millares de maestros con sueldos miserables. Pero esa mansión no es la única con que cuenta “Teodorín “para alojarse y correr sus francachelas en sus salidas al extranjero. Tiene otras en Estados Unidos y se sospecha que alguna también en España. Aquí, se comenta en voz baja, las autoridades no quieren crearse problemas con su padre y se muestran más permisivas que las francesas con los excesos del hijo golfo, prepotente y desaprensivo de uno de los dictadores más crueles e impresentables que aún quedan en el Tercer Mundo.

El sumidero del crédito

Estas últimas semanas, el Banco Central Europeo, que durante años tan insensible se había vuelto ante la falta de crédito que agobia a empresas, autónomos y particulares, abrió de pronto las espitas y puso a disposición de la banca una verdadera lluvia de millones de euros en un intento por aumentar el circulante monetario y así activar la actividad económica. Apenas hace cinco días, fue medio billón la cantidad que se repartió entre las instituciones bancarias a un interés envidiable del uno por ciento.
Una iniciativa que enseguida cosechó el aplauso general al tiempo que abría nuevas esperanzas -las esperanzas, por tibias que sean, nunca se pierden- de que empezasen a desbloquearse vías de financiación capaces de frenar el desempleo, estimular la inversión y devolverle a la industria, al comercio y a la construcción perspectivas de recuperar el crecimiento. Pero, pasadas las horas, los días, las semanas y los meses, ¿alguien tuvo la suerte de acceder a un euro de ese dinero?
Nada ha cambiado en la sequía crediticia que se venía padeciendo ni se intuyen posibilidades de que eso vaya a ocurrir. Los bancos en general -quizás en algún caso haya excepciones, lo ignoro - están accediendo a ese dinero barato para hacer sus propias inversiones, fundamentalmente en deudas públicas, que les proporcionan rendimientos sustanciosos sin especial riesgo y con unos trámites burocráticos la mar de simples. A los particulares que pagan los impuestos y a los empresarios que generan el empleo se les siguen negando los créditos.
Y eso, no hay que olvidarlo, que oficialmente el beneficio de los bancos consiste en prestar dinero. Pero aquí nos encontramos con algunas circunstancias que pasan de lo esperpéntico y se convierten en lo intolerable. El BCE presta dinero público a los bancos comerciales al uno por ciento para que ellos lo cedan a los organismos públicos con un porcentaje tres veces superior. Simplificando, que los ciudadanos tenemos que pagar intereses brutales por nuestro propio dinero, las entidades bancarias siguen obteniendo buenos beneficios y la gente las pasa canutas para encontrar un trabajo que le permita seguir malviviendo.
El Gobierno de Mariano Rajoy acaba de proponer, en una de las mejores ideas que ha tenido desde que está en el poder, abrir unas líneas de crédito en la banca para que los miles de acreedores de los ayuntamientos y comunidades puedan cobrar las cantidades que se les adeudan. Es una buena iniciativa porque permitirá que muchas empresas o autónomos pueden seguir activos, porque aumentará en circulante y eso animará la economía y porque muchos puestos de trabajo se salvarán. Los bancos lo están estudiando a regañadientes.
Carecen de disculpa para negarse porque para ello van a contar con un pellizco de los nuevos préstamos que les acaba de ofrecer el BCE. Pero como para ese dinero tienen otros destinos más sustanciosos, la propuesta oficial no puede por menos de hacerles torcer el gesto y asumirla con condiciones draconianas. Pretenden adelantar el pago a los acreedores municipales, sí, pero a cinco años, con la garantía del Estado y con un interés del cinco por ciento, es decir, cinco veces superior al que a ellos les está costando el dinero público que el Banco Central Europeo está abierto a proporcionarles.

¡HASTA SIEMPRE...!


Lo siento, pero en estos momentos no me siento capaz de escribir. Acaban de anunciarme que Juan Ramón Pérez Las Clotas, Clotas a secas en mi recuerdo, ha muerto. Estaba conduciendo y sentí que se me nublaba la vista lo mismo que ahora se me nubla frente a la pantalla. Fue la primera vez que comprendí que el teléfono en el coche es un gran peligro. Fueron miles los recuerdos que en pocos instantes se agolparon en mi mente y varias horas después me siguen embargando. Por eso ahora, ante el reto de expresar alguna idea coherente sobre la noticia, me siento incapaz de expresar lo más elemental, que es lo que siento, la angustia que me invade, la gratitud que le profeso, el dolor que empaña mis ojos.
Es la segunda vez que me ocurre algo parecido con Clotas como protagonista. La primera fue hace muchos años. Clotas era nuestro maestro indiscutible, el de varios excelentes periodistas futuros como Graciano García, José Vélez, Juan de Lillo, Evaristo Arce y de algún modo también, de Víctor García de la Concha, el que entre todos más alto llegó en las duras alturas del prestigio, y sin duda el que más aportaciones legará en un futuro, que deseo muy lejano, a la Cultura.
Permitidme que me desahogue recordándolo. Yo era un aprendiz -de hecho todavía lo sigo siendo- a quien Clotas enseñaba con su resuelto bolígrafo cambiando párrafos de las informaciones que le entregaba, suprimiendo frases superfluas, añadiendo expresiones clarificadoras, o tachando palabras pedantes. A primera vista diagnosticaba los trabajos con rasgos ininteligibles salvo para los linotipistas, los enriquecía con titulares imaginativos, les daba el toque de su intuición para la noticia y, en más de una ocasión, te los devolvía con la mejor de sus sonrisas, que tan sabia autoridad reflejaba, para que te sentases a la máquina y los escribieses de nuevo.
A mis alumnos en la Universidad, bastante proclives a considerar censura o manipulación cualquier observación proporcionada por el oficio o la experiencia, les conté aquella anécdota, que entonces me resultó casi traumatizante infinidad de veces. Llegó a Oviedo el circo de Ángel Cristo y Clotas me encargó que hiciese un reportaje. Yo estaba ansioso de popularidad y vi en el encargo la gran ocasión. Incluso probé a asomarme con el domador a la puerta entreabierta de la jaula de los leones. Vélez perpetuó con una de sus excelentes fotografías mi temblor de piernas que no cesó ni siquiera cuando ya en el periódico intenté contar la experiencia en la media página que tenía reservada.
A trancas y barrancas escribí un relato, Clotas lo miró con desconfianza y sin mayores comentarios me indicó que lo rehiciese. Y lo rehice, pero no con mejor suerte. Enseguida me aportó algunas sugerencias para que lo intentase de nuevo. Así hasta seis veces. Nunca añoré una dentellada a tiempo de aquel león furioso que me hubiese librado de tanta vergüenza. A la séptima vez, lo arrojó a la papelera y, sin perder los nervios ni mandarme a picar piedra, o directamente a hacer puñetas, que quizás es lo que yo hubiese hecho, me dijo:
-Déjalo. No le has cogido el tono. Ya no te va a salir. La próxima vez preocúpate más de lo que estaba ocurriendo con los payasos, las trapecistas y las propias fieras. Es lo que le interesa a la gente. Tus sensaciones y tembleques a los que van a pagar la entrada les traen sin cuidado.
Fue con quien más aprendí, aunque no fue el único del que recibí lecciones de periodismo, y aquí no puedo por menos de recordar a Paco Arias de Velasco y a Luis Alberto Cepeda. Cuando estaba de corresponsal en el extranjero y venía a Asturias estaba deseando verlo pero siempre inquieto ante el temblor de piernas que me provocaba, no ya el recuerdo frustrante del león del circo, si no la duda de sus opiniones. Siempre eran tan sencillas y cordiales como incisivas y acertadas. Algunas me apresuraba luego a tenerlas en cuenta porque eran lecciones profesionales tan brillantes como en extremo honradas, con el valor añadido de proceder del mejor maestro que siempre he reconocido haber tenido

Memoria flaca

24 de febrero de 2012

Casi todos los días leemos o escuchamos noticias que reflejan la prepotencia política y económica germana en estos momentos generalizados de crisis en todos los países que Alemania tiene por vecinos, socios y aliados. El Gobierno de Berlín, encabezado por Angela Merkel, no se está caracterizando por su solidaridad con quienes enfrentan problemas ni mucho menos con quienes sufrieron sus agresiones y sadismos y si embargo, cuando llegó la hora de su hundimiento, no dudaron en aportar su granito de ayuda para que pudiese salir del hoyo en el que la había sumergido su ambición imperial.
Nadie parece acordarse ahora de lo que hizo la Alemania nazi y de la contribución universal para que consiguiese recuperarse de sus monstruosos errores hasta acabar convirtiéndose en la potencia que hoy impone sin compasión penas y quebrantos para los demás.
Grecia, que últimamente es su víctima más propiciatoria, sufrió por los años cuarenta una invasión escalofriante de su soberanía y una represión terrible de los nazis, es decir, de los alemanes que ahora tal parece que quieren volver a repetir su agresión cegándoles a sus sufridos habitantes todas sus formas de vida. Sería bueno que las autoridades alemanas mirasen atrás y si no lo hacen, que alguien se lo recuerde.
Ningún país europeo tiene más motivos para permanecer callado en su memoria que la Alemania resurgida de sus escombros gracias a la ayuda exterior, comenzando por el borrón derramado sobre sus crímenes para que pudiese recuperarse e incardinarse de nuevo en la sociedad mundial con voz y voto.
Si alguien en el mundo contemporáneo acumula más razones para ayudar a los demás, y particularmente a quienes fueron sus víctimas, es la Alemania de Angela Merkel que incluso usufructuó no hace mucho todavía la tolerancia y el respaldo de las sociedades democráticas para librarla del comunismo y propiciar su reunificación. Pero, evidentemente la memoria es flaca y la de la señora Merkel más que flaca, escuálida.

¿Dónde están las pesetas?...

4 de febrero de 2012

Al parecer todavía hay por ahí pesetas sin cambiar por un importe estimado de 1.707 millones de euros. Un pastón, desde luego. Lo que no se sabe es dónde están guardadas, quizás embutidas en calcetines, debajo de colchones o en alguna alacena secreta oculta tras un cuadro. Nadie sabe ni parece preocuparse por su paradero, pero el Banco de España lleva la contabilidad de las que siguen sin volver a su redil y de vez en cuando lo recuerda. Todos los días acuden a sus ventanillas personas, mayormente de edad, con unos cuantos billetes para cambiarlos.
Me dicen que a muchos se les ve temblorosos y desconfiados, mirando a derecha e izquierda antes de sacarlas de la cartera, tal y como si fuesen conscientes de que están haciendo algo mal. Y nada menos cierto. Las leyes no prohíben tener pesetas apolilladas en casa ni resistirse a cambiarlas por euros que, dicho sea de paso, a veces salta a los periódicos sumido en dudas sobre su futuro. La posibilidad de cambiarlas sigue abierta sin que nadie al otro lado de la ventanilla pregunte por su origen ni recrimine por retrasarse tanto. El funcionario las cuenta, calcula, reintegra y ya está.
Pero estarán conmigo que el misterio de dónde están, quién las tiene y, quien las tiene por qué las guarda con tanto celo, despierta curiosidad y de vez en cuando la sospecha de que al menos en ciertos casos algún temor debe de estar detrás de tan extraño comportamiento. Mil setecientos millones largos de euros son muchos millones y convertidos en pesetas se convierten en un atragantón de ceros que muchos mortales no acertamos a digerir. Yo he estado rebuscando y he encontrado unas cuantas, desde luego menos de cien, en calderilla variada que se quedaron en los cajones, pero hasta 1.707 millones de euros aún quedan muchas por localizar.

Gran Hermano Padre

29 de enero de 2012

Gran Hermano, el programa que con tanto éxito lidera la degradación de los contenidos audiovisuales, se ha apuntado al más difícil todavía y en su nueva oferta de temporada va a contar con la participación de un cura, un sacerdote que va a compartir tentaciones y miserias con lo mejor de la casa.
Se llama Juan Molina, es profesor de religión fuera de las horas de liturgia, amante de la música heavy más que del canto gregoriano, y motero en sus ratos libres. La jerarquía eclesiástica correspondiente no ha visto con buenos ojos su iniciativa ni entiende que su presencia pueda contribuir a evangelizar a sus compañeros de experiencia ni a ejemplarizar a quienes van a seguirla a través de la pequeña pantalla. De momento le ha prohibido expresamente decir misa en el esperpéntico recinto y, eso no me consta, confesar a sus compañeros arrepentidos.
La Iglesia también atraviesa momentos de crisis, quizás no tanto económica como los gobiernos y las familias, pero sí de imagen y de ejemplaridad moral. Muchos religiosos, mayormente curas, son víctimas de las tentaciones que el diablo, que no descansa ni para ir al cuarto de baño, difunde lo mismo entre los extraños como entre los propios. El Sexto Mandamiento, que tanto nos trae a maltraer a muchos, se rebela bajo las sotanas y lo mismo hace peligrar los votos de castidad en sus diferentes versiones, empezando por la que ofrece la pederastia que desafían su condición pasándose con armas y bagajes al dulce encanto del pecado.
No estoy diciendo, por supuesto, que el padre del Gran Hermano, el sacerdote Juan Molina, sea uno de esos habilitados para perdonar los pecados que luego sean los primeros en cometerlos. Pero sí que su presencia en un programa de TV de semejante naturaleza y trayectoria como GM, donde el personal no escaquea la promiscuidad, choca y chocará mucho más a determinadas conciencias.

BALTASAR GARZON

28 de enero de 2012

La imagen de la Justicia, que en España es manifiestamente mejorable, enfrenta estos días un nuevo reto predestinado de manera inevitable a la polémica. Los juicios por triplicado a que está siendo sometido el omnipresente caudillo de la Judicatura Baltasar Garzón -el primero ya visto para sentencia- desconcierta a la opinión pública y casi podría decirse que divide a la sociedad. El juez ahora convertido en justiciable ha cometido errores de bulto, ha exhibido una vanidad impropia de su profesión y, quizás -eso tendrán que decidirlo sus, todavía, colegas- ha incurrido en responsabilidades condenables. Pero también es evidente que durante bastante tiempo fue un juez diligente y comprometido con su función. En una etapa, que por desgracia aún no ha terminado, en que la administración de Justicia no conseguía su propia transición, Garzón consiguió dinamizarla y comprometerla más de lo que estaba en la lucha contra las manifestaciones más graves de delincuencia que los nuevos tiempos iban creando: terrorismo, narcotráfico y la corrupción al socaire de la política. Durante este tiempo se ganó simpatías y muchos enemigos. Enemigos no sólo en el mundo de la delincuencia donde era temido; también entre sus propios colegas que en muchos casos si es que no envidiaban su popularidad, rechazaban sus técnicas y censuraban su proclividad al protagonismo. Asegurar que estos enemigos son los que le han llevado ahora a comparecer ante un tribunal es ir muy lejos en las dudas que la imparcialidad que la Justicia despierta, pero es evidente que es lo que en la calle manifiesta una gran parte de la gente. Desde que se inició proceso las expresiones «van a por él» o «le quieren ajustar las cuentas» se repiten con una contundencia rotunda. Aunque desconozco detalles de los sumarios y carezco de conocimientos para establecer mis propias conclusiones, no dudo que algún fundamento tendrán las acusaciones cuando han llegado nada menos que al Supremo. Pero, al mismo tiempo, contemplados los procesos desde fuera, por lo menos los que afectan a las escuchas telefónicas en las prisiones y al proceso a los crímenes del franquismo, saltan a la vista dudas e incongruencias difíciles de explicar. Que un juez sea juzgado por investigar supuestos delitos, choca al menos a los profanos por mucho que se argumente que las tácticas no fueron correctas. Las atrocidades cometidas por la dictadura, sus responsables y sus ejecutores, están ahí, en la Historia, y todavía en la memoria de muchos. Que un juez se haya interesado por ciertas responsabilidades de lo ocurrido, con tanta sangre y represión por el medio, puede haber sido extemporáneo, pero no parece delictivo. No sorprende que incluso hechos ya prescritos puedan ser revisados para que cuando despierten dudas la verdad quede clara. ¿No se está debatiendo todavía lo ocurrido en el Holocausto contra los judíos o, muy anterior incluso, el genocidio armenio que los turcos cometieron y con tanto énfasis niegan? Con los detalles de las escuchas telefónicas a los implicados en la trama Gürtel también pueden suscitarse disquisiciones. Pero que en juez haya tomado iniciativas para aclarar semejantes desmanes no parece que deba ser motivo de una descalificación de esta naturaleza de quien puede haberse excedido o equivocado. Que el juez está siendo juzgado antes que los propios autores de tanta corrupción, y que ese juicio esté distrayendo la atención de la verdadera gravedad de lo que fue la Gürtel, no sé si puede ser atribuido al deseo de algunos de ir a por él, lo que si sé es que se trata de un ejemplo desafortunado de la gradación que una Justicia igual para todos debe establecer entre los delitos.