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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Asturianos para recordar

29 de septiembre de 2011

Ignoro cuál es el procedimiento que sigue el Gobierno regional para otorgar las medallas que entrega cada año a los asturianos más relevantes en el acto político más solemne en torno al Día del Principado. Y, aunque resulte extraño, hoy prefiero no saberlo, porque esa ignorancia momentánea me permite opinar con mayor margen de independencia que en esta ocasión, y no ha sido la única, ha juzgado con buen criterio y, en mi opinión, ha acertado plenamente. La lista de galardonados coincide en la apreciación de que todos son merecedores de que Asturias les brinde un reconocimiento público a su contribución en diferentes ámbitos de la modernización y la convivencia en libertad y se les confiera la condición de asturianos para recordar.
Las medallas tienen en esta edición un evidente, aunque no único ni mucho menos, carácter político bien justificado por el trigésimo aniversario que cumple el Estatuto que le confiere a Asturias su autonomía. Entre ellas destaca la Medalla de Oro a título póstumo al socialista histórico, y no por histórico menos contemporáneo, Rafael Fernández, primer presidente, una de las personalidades recientes de la política asturiana, dignísimo sucesor de Jovellanos, Riego o Melquíades Alvarez, que más respeto y admiración concita, y quizás el político español que mejor representó ese tránsito -superador de una guerra y cuatro décadas de Dictadura- entre la democracia republicana del pasado y la democracia monárquica actual.
La recuperación de la democracia, después de tantos años de permanecer proscrita y perseguida, complementada con la descentralización administrativa y la implantación del sistema autonómico se consiguió plenamente en Asturias gracias a la buena disposición para el entendimiento de los partidos más importantes del espectro político regional. Entre ellos existían lógicas diferencias como no podía ser de otra forma, pero todos supieron renunciar a actitudes fundamentalistas, privilegiar el diálogo y prestarse a acuerdos de mínimos denominadores que consolidaron el sistema democrático que, sin dejar de ser acreedor a críticas y susceptible de mejoras, funciona con normalidad institucional y eficacia administrativa.
Jesús Sanjurjo, del PSOE; Emilio García-Pumariño, de la desaparecida UCD; Gerardo Iglesias, del PC, y Juan Luis de la Vallina, de AP (hoy Partido Popular), no fueron los únicos líderes que prestaron tan importante contribución en Asturias a la transición democrática -hay otros muchos nombres que merecen también el reconocimiento-, pero son los cuatro más representativos y los que mejor simbolizan la voluntad de entendimiento que fue la que logró el éxito de aquella evolución que ahora usufructuamos. Es de bien nacidos ser agradecidos y todos ellos merecen, desde luego, esta Medalla que representa en el reconocimiento a todos los asturianos.
Pero los méritos en el ámbito de una sociedad no se circunscriben sólo a la actividad política, aunque la efemérides del treinta aniversario de la Autonomía se imponga en esta ocasión. En la concesión de las medallas se ha tenido en cuenta también la actualidad que su retirada de la actividad pública le confiere a la figura del diplomático Alberto Aza, jefe de la Casa del Rey, personalidad igualmente crucial en la transición democrática, y exembajador de España en el Reino Unido y ante la OEA. En todos sus puestos y circunstancias Alberto Aza ha sido un funcionario ejemplar que sabía conjugar su entrega al trabajo, su inteligencia y el mejor tacto a la hora de enfrentar situaciones complicadas, con su cordialidad y nobleza típicamente asturianas.
Blanca Álvarez Pineda en sus años de directora del Archivo Histórico demostró unos conocimientos y una visión clara de la importancia y previsión de futuro que merece esta institución. Su trabajo ha sido sin duda una de las aportaciones más valiosas a la cultura y la investigación histórica que se han hecho en Asturias. Y no menores razones justifican la medalla concedida, también a título póstumo, a Emilio Llamedo, el parragués cuya capacidad, afición y entusiasmo han sido decisivos para la perpetuación del éxito del Descenso del Sella tras la desaparición del también inolvidable Dionisio de la Huerta.
Más allá de estos nombres, todos igualmente dignos de encomio, las Medallas de Asturias dejan en su nueva edición algo que, sin ánimo de mirarnos el ombligo, no debería ser olvidado y es que el Principado tiene una buena reserva de personalidades relevantes, susceptibles de despertar respeto y admiración del mismo modo que cuenta con una excelente predisposición para la gratitud y el reconocimiento hacia quienes más descuellan en su contribución a la colectividad

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