PERFIL

Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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SALDOS DE OTOÑO

27 de octubre de 2011

La familia Ruiz Mateos, refractaria a las leyes del escarmiento, no han esperado a enero, como hacen los grandes almacenes, para saldar el panal de empresas con que estaba empeñada en resucitar la colmena de la abeja. Acaban de abrir los infrecuentes saldos de otoño. Todo estaba, por lo que se ve, tan colgado en el aire que al final las deudas y compromisos financieros impusieron a los nuevos rumaseros una liquidación de emergencia que la familia, claro, atribuirá a la persecución del Gobierno que no les permite las chapuzas y a los bancos que no le permitieron seguir desafiando las leyes de la naturaleza financiera.
Ruiz-Mateos hace años, y por lo que se concluye ahora también sus hijos y nietos, que creen que se pueden adquirir y levantar grandes empresas sin dinero, y luego pasa lo que pasa. Lo suyo es como querer hacer tortillas sin huevos y el resultado acaba siendo desastroso. Bien es verdad que ahora han dado un ejemplo curioso, quizás con la intención de demostrar que lo suyo es viable. Hace unos días, el grupo familiar saldó su imperio, levantado con pagarés a incautos prometidos a precio de oro, y vendió diecinueve empresas, diecinueve, a un precio neto de un euro cada una.
No está mal por un euro convertirse en propietario de una empresa, aunque luego resulte que sea una empresa sin tesorería y, como suele ocurrir con las empresas de Ruiz-Mateos, más teñidas de rojo que la Selección Nacional de Fútbol. La operación no se realizó ni en Wall Street ni siquiera en un despacho anexo a la Bolsa de Madrid. Vendedores y comprador se dieron cita en Belice, extraño país para hacer negocios, bien es cierto, pero seguramente con facilidades para formalizar este tipo de operaciones y, de paso, quizás para hacer algo de turismo mochilero con el producto de la venta.

Darse el codo

19 de octubre de 2011

Esa mala costumbre que tenemos de darnos la mano habrá que irla desterrando. Eso al menos recomienda el eminente virólogo Natham Wolfe, profesor de la universidad norteamericana de Stanford. Y es que, según parece, darnos la mano es "malísimo", así de simple. El científico lo expone con pelos y detalles en su próximo libro, "la tormenta viral", que está a punto de exhibirse en los escaparates. Al parecer, las manos llevan adheridos millones de agentes infecciosos que en los saludos pueden pasar sin percatarnos del riesgo de unos a otros y ser la causa de las enfermedades más variadas y engorrosas.

Últimamente ya los médicos recomiendan lavarse las manos con mayor frecuencia, aunque no todo el mundo les hace caso. Hay quien por ahorrar agua convierte a sus dedos en criaderos y reservorios de microbios. Wolfe hizo sus estudios y está convencido de que si abandonásemos el pernicioso hábito de darnos la mano tal y como si fuésemos franceses, que son los reyes de esta forma de confraternización, nuestra salud nos daría menos preocupaciones. Porque, además, hay algo que olvidamos y es que los agentes infecciosos son chiquititos pero tienen una capacidad de supervivencia hasta de veinticuatro horas, y no sólo en las manos sino en cualquier cosa que las manos hayan tocado.

El doctor Wolfe es comprensivo ante el argumento de que de alguna manera hay que saludarse y despedirse y lo único que se le ocurre es que el apretón de manos lo sustituyamos por una inclinación de cabeza, como ya hacen los siempre prevenidos japoneses, o si se insiste en algún tipo de contacto físico, pues con un toque ligero de codos. Los besos deben quedar reservados para las efusiones amorosos y el choque de narices de los maoríes, pues para las películas con actores bien desinfectados.

Sexo y política

17 de octubre de 2011

Pues, sí, es cierto: la jodienda no tiene enmienda. Todos los días nos deja alguna víctima y no sólo en los matrimonios. Últimamente se ceba mucho en el clero, regular y secular, con pésimos ejemplos que escandalizan a la cristiandad. Pecar contra el Sexto Mandamiento siempre ha sido motivo de especial repulsa entra los curas, pero que los que pequen sean los custodios de la moral, es decir, ellos, es aberrante. Y más cuando el pecado se sale de los prostíbulos o de la convivencia con el ama de las residencias parroquiales y se adentra en el terreno de la pederastia el asunto clama al cielo, nunca mejor dicho.

No hay gremio que se libre de la tentación, de sus caídas y de las correspondientes consecuencias. Incluso sacude a veces la estabilidad de grandes empresas por si los avatares de la crisis no fuesen suficientes para hacerlas temblar en sus cimientos. Con todo, el gremio más afectado por las canas al aire de sus protagonistas es el político y, sobre todo, el gremio político norteamericano. Los estadounidenses no perdonan ni ésta a sus políticos cuando se les abre la bragueta o suelta el sujetador. Aquí en Europa la crisis arrecia más pero los políticos tienen un margen algo mayor para, llegado el caso, echar un polvo fuera de casa. Tampoco muy grande, bien es verdad.

Esta semana uno de los políticos más prometedores de la democracia cristiana alemana ha puesto en un brete a la mismísima Angela Merkel con un affaire del que se habla y no se termina. No se trata, no, de ningún asuntillo de la canciller, nada de eso, que nadie piense mal. Ella nunca ha dado ningún escándalo sexual. Es su hombre en Schleswig-Holstein, Cristian de nombre además de cristiano de ideología, y von Boetticher de apellido. Era el presidente de la CDU y el futuro primer ministro del Estado. Pero la carrera se le ha ido a hacer puñetas cuando se supo que tenía un ligue de cama con una joven de… dieciséis años. Además de adúltero, con una menor lo cual no le convertía precisamente en el mejor ejemplo para promover los valores morales de su condición político-religiosa. Fue destituido de todos sus cargos a la alemana.

Legislatura para olvidar

Termina la legislatura y llega el tiempo para un primer análisis apresurado de su recuerdo. Habrá que ver con el tiempo lo que dice la Historia, aunque de momento todos los indicios anticipan que pasará a la memoria como una legislatura para olvidar. Ante su inminente despedida, no se escuchan sollozos ni se vislumbran lágrimas por ninguna parte. Ha transcurrido sumergida en una de las crisis más duras y pertinaces que se recuerdan y esa es sin duda una buena razón para que todos deseemos perderla de vista cuanto antes y hasta donde sea posible olvidarla pronto.
Circunscribiéndonos a España, no es fácil ni sería justo culpabilizar a nadie de sus orígenes ni tan siquiera del retraso con que se hace esperar su salida. Hay razones superiores que seguramente era difícil esquivar y que, desde luego, no se han esquivado. Al intentar un análisis político desapasionado de los hechos hay que contemplar las actuaciones tanto del Gobierno como de la oposición y sobre ambos se imponen consideraciones críticas muy evidentes, con alguna excepción como la que ha permitido el elevado nivel de normalización que se ha conseguido en el País Vasco. El acuerdo para afrontar juntos el problema que lograron, no siempre con las sonrisas de fondo de sus partidos, socialistas y populares, ha sido modélico y discurre, a pesar de las dificultades, con una ejemplaridad que hay que apresurarse a reconocer. Es sin duda el hecho más positivo que la legislatura nos deja. Lo triste es que no haya servido de ejemplo y que los dos principales partidos, el PSOE y el PP, no fuesen capaces de imitarlo y convertirlo en un acuerdo global de Gobierno para afrontar la gravedad de la crisis con la fuerza de la unidad.
Los acuerdos de esta naturaleza, de los cuales hay precedentes en otros países, no están contemplados para todos los días. Sólo para afrontar las grandes catástrofes o conflictos y no parece exagerado pensar que lo que está ocurriendo en el ámbito de la economía y las relaciones internacionales perfectamente podría ser incluido en alguna de estas consideraciones. Lejos de lograr un entendimiento que indudablemente hubiese favorecido a toda la sociedad y bien visto por una buena parte, los dos partidos llamados a alternarse en el poder se han dado la espalda y se han echado cuanta arena han podido en los cojinetes de sus engranajes. Contemplado la falta de solidaridad demostrada, no ya entre ellos como rivales sino con los ciudadanos, ha sido penosa. Tanto unos como otros han privilegiado los intereses electorales de sus partidos y han desaprovechado la ocasión de exhibir la grandeza de miras que la situación recomendaba. Ni Zapataero ni Rajoy supieron tomar nota del pragmatismo y el talante que frente al terrorismo están demostrando Patxi López y Basagoiti, a quienes el entendimiento no les impedirá pronto defender cada uno sus ideas ante las futuras elecciones.
Escuchando a algunos líderes tanto del PSOE como del PP puede parecer que sus diferencias son abismales cuando realmente sólo los son planteamientos menores. Ante la política económica, las relaciones internacionales y las cuestiones relacionadas con el orden público o la Justicia, los asuntos cruciales que tienen que administrar, las diferencias más allá de las personas y la escenificación de los métodos, son mínimas. Cuando empezó a vislumbrarse la gravedad de la crisis, ambos partidos podrían y deberían haber integrado un gobierno de coalición para un bienio sin necesidad de mayores sacrificios que una pequeña renuncia al amor propio.

PESIMISMO PASOTA

9 de octubre de 2011

Lo peor de la crisis que estamos sufriendo es el pesimismo con que la afronta la sociedad. Pero es un pesimismo que quizás por carecer de perspectivas de caducidad se ha vuelto preocupantemente pasota. La gente lamenta el duro panorama que enfrenta, pero lo asume con una pasividad pasmosa. No hay conflictos sociales ni protestas populares - el movimiento del 15M se está deshaciendo sin dejar huella-, lo cual puede ser positivo, sin duda, pero el mismo tiempo también se echan de menos reacciones e iniciativas por modestas que sean para buscarle salidas a un horizonte tan cerrado. El panorama que cada mañana ofrece la lectura de los periódicos es francamente desolador. Hace mucho tiempo que no aparece noticia alguna que invita a recuperar la esperanza puesta en una recuperación que se ha vuelto tan escurridiza como una anguila. Los datos económicos son pésimos y, lo peor, no se circunscriben sólo a España. Todo nuestro entorno, incluidos los propios Estados Unidos, atraviesan dificultades parecidas que alejan las perspectivas de que alguna locomotora providencial empiece a tirar con fuerza de los demás. Los políticos, integrantes de una generación que no pasará a la historia por su clarividencia, se agotan en reuniones y declaraciones vacuas que nadie se cree mientras los mercados, convertidos en el verdadero poder en acción, manejan las finanzas sin otra preocupación que no sea salvar sus intereses de la quema y, de paso, quedarse con algún beneficio entre los dedos. Es muy deprimente observar lo que está ocurriendo cuando hay miles de millones de seres humanos que tienen amenazado no sólo el bienestar alcanzado sino también algo tan elemental como son sus derechos a la propia salud o la educación de sus descendientes. Por eso sorprende el pesimismo pasota en que hemos caído. Se nota que nos habíamos acostumbrado mal, que vivíamos en la convicción de que nuestros problemas nos serían resueltos de manera providencial sin tener que aportar nuestra imaginación o nuestro esfuerzo. Hay razones abundantes para quejarse y muchas para indignarse por el pésimo manejo que se ha hecho de la globalización financiera, pero igualmente cabe lamentar la actitud de amodorramiento con que la inmensa mayor parte de los afectados, que somos casi todos los ciudadanos, está reaccionando. Resulta deprimente recorrer las calles salpicadas de locales cerrados, negocios que se traspasan y edificios en venta sin posibilidades de encontrar comprador, del mismo modo que resulta tibiamente alentador observar esporádicas iniciativas mercantiles, comerciales o artesanas que pretenden resurgir de la nada en un desesperado intento de supervivencia empresarial. Son iniciativas alentadoras, desde luego, pero escasas y pocas de ellas predestinadas a salir adelante. Deberían ser muchas porque para superar la crisis es necesario algo más que reivindicar que los bancos reabran el crédito, elemento imprescindible para la recuperación, o que el Estados nos dé el empleo que las empresas destruyen. El pesimismo pasota, que lleva a muchas personas a esperar al ingreso cada fin de mes del exiguo subsidio de supervivencia del desempleo es sin duda la peor contribución que cada cual puede hacer a la búsqueda de soluciones. La crisis, al margen de quienes han tenido mayor responsabilidad en su generación, es un problema de todos y todos, no sólo los políticos, los banqueros o los economistas, tenemos algo de responsabilidad a la hora de afrontarla. Repartir culpas no es la única manera de salirle al paso a las dificultades. Todos los sufrimos y todos debemos aportar algo, más allá de los lamentos, para conjurarlos.


Grecia, el mal de todos los males

2 de octubre de 2011

Desde Pericles, Platón o la guerra del Peloponeso seguramente nunca se tuvo tanto en cuenta a Grecia -y mira que ya llovió-, como se está hablando ahora. La pequeña península balcánica, cuya existencia clásica perpetúa la imponente acrópolis que se alza en el centro de Atenas, no sale de las páginas de los periódicos, abre cada noche los 'telediarios' y centra la atención de las tertulias políticas un día si y otro también convertida en el epicentro, cuando no en el culpable, de todos los problemas económicos que desde un tiempo a esta parte estremecen al mundo.
Cada vez que su precaria situación griega levanta tímidamente la cabeza, un nuevo coletazo asestado por los mercados o las agencias de evaluación la condenan nuevamente a la incertidumbre. Su economía, evidentemente hecha unos zorros, y la mala cabeza de sus gobernantes, mayormente pasados, mantienen al país al borde de la quiebra y a sus habitantes sumidos en la desesperación rayana en la miseria. Hay respuestas para muchos de los porqué que su situación extrema suscita, pero no existe explicación para uno que nos afecta a todos los demás.
¿Cómo es posible que un país de once millones de habitantes, que no es referente económico de nada, que no exporta materias primas cruciales y que no ejerce especial influencia en el sistema financiero internacional, mantenga en vilo al euro, a la eurozona y a poco que nos apuremos a las grandes potencias económicas como Alemania, Francia y hasta los propios Estados Unidos? Es evidente que Grecia está en la órbita de la moneda única europea y lo que ocurra con sus cuentas afecta a la economía continental. Pero, ¿tanto?, tratándose como se trata de un pequeño porcentaje de su producto interno bruto, de su balanza comercial y del volumen de sus transacciones financieras, es incomprensible. No se explica, desde luego, que por muy acatarrada que esté la insignificante economía griega, que lo está, toda la eurozona, con Alemania a la cabeza, se haya puesto a estornudar. Hay en todo esto algo que no se ha explicado y como no se ha explicado, efectivamente, no se entiende. Para empezar, no se entiende que los socios comunitarios no sean capaces de coger el toro por los cuernos y sacar a la economía griega del atolladero actual y encauzarla para el futuro.
Pero sobre todo no se entiende que estén dejando deteriorarse la situación griega con todo el efecto contagio que está demostrando. Si se intuía, y ahora ya se sabe, que el problema adquiriría ramificaciones graves, ¿por qué tanto los gobiernos como la banca internacional no se apresuraron a salirle al paso? Llevamos muchos meses de tiras y aflojas, con reuniones cuyo coste seguramente hubiese contribuido a paliar las deudas griegas, consumiendo titulares que al final se acababan convirtiendo en humo, dejando que la situación en el país se degradase y el ambiente social se e inflamase, y sin atacarla con resolución.
¿Qué estaría pasando -nos preguntamos- si una crisis de esta naturaleza azota a una economía como la francesa, la alemana o, lo que sería más probable, la italiana o la española? Pues fácil es pronosticar que adiós euro, entre otros muchos males. La conclusión improvisada de un observador superficial es que las bases de la economía globalizada que rigen la actividad financiera están prendidas con alfileres, que hacen agua por todas partes y que dejan abiertas muchas grietas para que la libertad en el campo de los negocios haya dejado de tener puertas y reglas.