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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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LA GRAN MOVIDA

28 de septiembre de 2010

José Luis dríguez Zapatero se pasó semanas poco menos que jurando que no habría remodelación de Gobierno más allá de la sustitución de Celestino Corbacho como ministro de Trabajo. Parecía disfrutar llevando la contraria a quienes reclamaban desde dentro y desde fuera del PSOE el cambio de algunas caras con vistas a abrir un nuevo margen de confianza entre los ciudadanos que aguardan con impaciencia los síntomas de superación de la crisis económica que tanto se están haciendo esperar. Pero el presidente del Gobierno rechazaba la idea de una remodelación profunda y cuando se le planteaba esa posibilidad, intentaba dar la impresión de que estaba muy satisfecho con su Gabinete y no tenía propósito alguno de modificarlo.
El paso de las horas reveló que no era cierto. ¿Tenía necesidad Rodríguez Zapatero de estar negando con tanto énfasis, unos planes tan normales de remodelación de un Gabinete desgastado en el que abundaban nombres de ministros de escaso fuste y de ministerios de necesidad tan dudosa?
Aparentemente, no, pero los designios de los políticos suelen sorprender y en el caso de Rodríguez Zapatero tal vez incluso más. Es evidente que una remodelación en voz alta no se puede llevar a cabo, pero tampoco es muy de recibo que a los ciudadanos se les trate como si fuesen niños.
En fin, estas consideraciones en torno a la forma de la remodelación del Gobierno no deberían distraer la atención de la profundidad de unos cambios que han sorprendido por su amplitud casi tanto como por las incógnitas que abre su contenido.
Lo más lógico de la remodelación es el ascenso de Alfredo Pérez Rubalcaba, actual ministro del Interior, a la vicepresidencia primera y la portavocía. Rubalcaba era la figura más descollante del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero y, sin lugar a duda, su mejor comunicador. Nadie puede discutirle méritos para colocarse en el segundo puesto del Gabinete y, aunque eso no está escrito, tampoco nadie puede negar su consolidación como principal candidato a la sucesión, si, como es probable, Zapatero renuncia a la reelección.
La salida de María Teresa Fernández de la Vega, hasta hace unos días verdadera factótum, cuando menos aparente, ha sido la gran sorpresa de la remodelación junto el no menos sorprendente relevo de Miguel Ángel Moratinos como titular de Asuntos Exteriores. La caída Fernández de la Vega de su pedestal como vicepresidenta primera era una posibilidad barajada por los que conocen los intríngulis de la Moncloa, pero el relevo de Moratinos no estaba entre los pronósticos de los expertos en crisis gubernamentales que tanto pululan por los ámbitos políticos madrileños. Y si sorprendente es su relevo en dicha cartera, más lo es el nombre de su sucesora.
Trinidad Jiménez fue dócil a Zapatero para sacrificar su imagen en las elecciones primarias de Madrid y, a pesar de su fracaso, ahora ha recibido un premio político extraordinario. La cartera de Asuntos Exteriores siempre tiene buena imagen, pero es complicada y en las actuales circunstancias, con conflictos abiertos como los que existen con Marruecos o Venezuela, más. Jiménez tuvo un paso discreto por el Ministerio de Asuntos Exteriores, al frente de la Secretaría de Estado de Iberoamérica, y desempeñó bien las funciones del Ministerio de Sanidad, pero su capacidad para dirigir la actividad diplomática es una incógnita que sólo el tiempo despejará.
La supresión de los ministerios de Vivienda e Igualdad responde a un clamor que no se podía defender ante la obligada austeridad que impone la crisis. Y la incorporación al nuevo Gabinete de Ramón Jáuregui, un peso pesado al que hace mucho se le negaba la hora de asumir mayores responsabilidades, así como la de Valeriano Gómez, quizás el mejor experto en materia de empleo, parecen, de partida, acertadas.
Lo mismo que lo será la recreación del Ministerio de Medio Ambiente y su encomienda a Rosa Aguilar, quien, además de garantías de eficacia, es un gancho excelente, con vistas a las próximas elecciones, para atraer votantes de la languideciente Izquierda Unida.

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