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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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LOS RETOS DE TRINI

8 de noviembre de 2010

En un país serio la política exterior es una cuestión de Estado más que del propio  Gobierno. Ninguna otra faceta de la Administración Pública requiere tanta continuidad en sus principios. Por eso su ejecución está encomendada a los diplomáticos, funcionarios de alto rango cuyo perfil ideológico no cuenta si tienen bien asumida su condición de servidores del Estado, y descartada su adscripción política. No es una casualidad ni nada trivial que en algunos sistemas institucionales, como el francés, el ministro de Exteriores sea un cargo reservado a la designación del Jefe del Estado. En España no llega a tanto, pero también es casi una tradición de nuestra joven democracia que la política exterior sea la que menos cambia incluso cuando asume el Gobierno un partido de diferente signo.
En el relevo reciente al frente de nuestra política exterior no cabe pensar por lo tanto que el cambio de la cartera ministerial vaya a implicar alteraciones sustanciales en sus líneas básicas. Ahora es una mujer joven, ajena en teoría a la carrera diplomática, quien sustituye a un funcionario veterano de dicha carrera. Hay por lo tanto una componente de relevo generacional en la sustitución de Miguel Angel Moratinos por Trinidad Jiménez y probablemente asistiremos a cambios en las formas y en el staff que asuma las principales responsabilidades del Ministerio. Pero en las líneas generales de la política exterior, insisto, las que establecen la prioridad europea y la relación especial con América Latina, no es de esperar alteración importante.
Trinidad Jiménez va a encontrar, eso sí, algunos problemas complejos sobre la mesa del despacho que su antecesor no ha conseguido dejar resueltos, quizás porque más de uno es de solución difícil suponiendo que la tenga. Destacan tres, uno permanente que es Marruecos; otro coyuntural pero endiablado, que es Venezuela; y un tercero eterno, que de vez en cuando se larva pero siempre para volver a emerger con la misma virulencia y ante la misma impotencia, que es Gibraltar. Detrás del que plantean las relaciones con Marruecos están las reivindicaciones de Ceuta y Melilla y el conflicto del Sahara del que España sigue manteniendo cierta responsabilidad ineludible.
Pero la ministra, sin olvidar ninguno de estos conflictos y algunos otros problemas de segundo nivel como la salida de nuestras tropas de Afganistán o el futuro reconocimiento de la independencia de Kosovo, tendrá como reto más importante devolverle a España la influencia internacional que ejerció estas décadas pasadas y que en la actualidad se ha diluido como consecuencia de los bandazos pasados en la relación con la Administración norteamericana, la crisis que atravesó y sigue atravesando la Unión Europea, el desplazamiento hacia el Este del peso en la balanza internacional y, por supuesto, de los estragos que causó en la imagen de España el hundimiento de nuestra economía y las zozobras que en meses recién pasados sufrió en los mercados..
“Trini”, como popularmente es conocida la nueva ministra de Exteriores, tendrá que hacer un gran esfuerzo y desplegar una elocuente capacidad de imaginación para volver a colocar a España entre las potencias con mayor capacidad para hacerse escuchar y para incidir en las grandes decisiones mundiales. Para ello cuenta con una simpatía bastante generalizada, más allá de rivalidades ancestrales, hacia nuestra cultura; la extensión creciente del castellano, la admiración que causan nuestros deportistas y el atractivo para el turismo que ofrece nuestra geografía. Africa y Asia por diferentes razones deberán ocupar su atención mucho más que hasta ahora ocupó la de sus antecesores. Su predisposición a reaccionar ante las adversidades con una sonrisa tan franca como la suya es una cualidad positiva que “Trini” aporta al intento aunque no lo arreglará todo.
También necesitará, además de maniobrar con simpatía y habilidad, enseñar de vez en cuando los dientes. La diplomacia española es de las que propende a no decir nunca que no y esa tradición, que indudablemente contribuye a diluir conflictos, o al menos a congelarlos, le ha proporcionado como contrapartida una imagen de tibieza cuando no de cobardía que impone escaso respeto y por lo tanto conviene desterrar. Darle motivos a camorristas como Chávez no parece una receta recomendable en la relación con un país tan familiar y próximo, pero claudicar ante diferentes ofensas y actitudes, como la que implica su acogida a terroristas etarras no es una buena manera de contribuir a que los españoles mantengamos nuestra dignidad y autoestima.    
Entre tantos retos, al iniciar su etapa y comenzar a poner en marcha iniciativas, que seguro las tiene, Trinidad Jiménez va a tropezar con un  problema difícil de resolver en las actuales circunstancias. El Ministerio de Exteriores siempre ha estado corto de presupuesto y las restricciones actuales no cabe duda de  que agravarán aún más ese obstáculo. Las relaciones internacionales, como casi todo, son caras si se afrontan con ambición y la nueva ministra tendrá que empezar por hacer recortes en los gastos. Habrá que ver hasta qué punto la nueva red de representaciones diplomáticas que está poniendo en marcha la Unión Europea compensa la ausencia de embajadas españolas en muchos países y, sobre todo, si esta iniciativa supranacional y comunitaria, con la que tendrá que coordinar esfuerzos,  realmente funciona.

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