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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Elecciones aburridas; futuro incierto

20 de noviembre de 2011

Preveo que hoy será un día electoral aburrido, probablemente el más aburrido de los días electorales que llevamos celebrando en democracia. Y no es porque las elecciones generales que decidirán esta noche el futuro Gobierno no sean importantes; lo son, y se celebran en un momento crucial: en plena crisis económica -la más grave después de la II Guerra Mundial, dicen- y, de rebote, en medio de grandes problemas sociales y de una profunda depresión en el ambiente. El entusiasmo de los favoritos brilla por su ausencia y la conformidad de los previsibles derrotados es deprimente. Tal parece que en la calle ni siquiera quedan energías para protestar o para rebelarse como han ensayado sin demasiado éxito los manifestantes del 15-M. Estamos en una etapa difícil, marcada por la injusticia de que quienes nos llevaron a la crisis son en buena medida quienes la están capitalizando y, sin embargo, la paz social que reina en las colas del Inem o en los comedores sociales es absoluta. Hay un cierto catastrofismo en el ambiente que se consuela reconociendo que las cosas están mal, pero lo peor es que aún empeorarán más.
La campaña electoral, que se anticipaba viva y animada, ha sido una plasta, sin ideas de sus protagonistas ni propuesta de soluciones para los problemas, que nadie parece tener. Nadie, ni propios ni extraños, ve que va a poder hacer el nuevo Gobierno para encarrilar un deprimente panorama que supera las capacidades con que cuenta para encarrilarlo. En Grecia y en Italia acabamos de ver cómo los votantes no son ya los que deciden; hay fuerzas superiores con resortes para enmendarle la plana a la soberanía popular.
Entre nosotros, el nuevo Ejecutivo va a disponer de un margen muy escaso para acometer cambios cuyo efecto supere la propaganda que los arropen. No existen varitas mágicas en el actual caos financiero internacional. A los marcados sólo cabe afrontarlos a cara de perro y, ante el poder que han adquirido, eso para un país como España implica arriesgarse a perder. Sólo una conjunción general del poder político internacional, actuando con rapidez y energía, podría encauzar una situación de la economía globalizada que ha descarrilado y nadie sabe o quiere corregir.
A los mercados que cada mañana nos abrasan subiendo el diferencial de la deuda les da igual, exactamente igual, que quien encabece el Gobierno de España sea Mariano Rajoy, Alfredo Pérez Rubalcaba o Perico el de los Palotes. Aquí no hay cuestiones de identidades ideológicas, afinidades políticas o simpatías personales. Lo único que cuenta es la debilidad del objeto al que se le quiere hincar el diente. La deuda y el déficit de los Estados han existido siempre y la actividad financiera mal que bien lo ha ido resolviendo. Pero eso era antes. Ahora los gobiernos han perdido el control de su propia política económica, se han dejado engatusar por las facilidades pasadas para proveerse de dinero en el exterior y para gastar mucho más de lo que podían recaudar, y los acreedores y nuevos prestamistas se aprovechan de su incapacidad para recuperar las riendas. Mucho más importante del resultado que se oficialice esta noche y de los nombres que asuman la responsabilidad de gobernar, el interés está en lo que ocurra mañana; en el margen de confianza que los mercados les concedan. Pero no habrá que hacerse demasiadas ilusiones.

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