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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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Grecia, el mal de todos los males

2 de octubre de 2011

Desde Pericles, Platón o la guerra del Peloponeso seguramente nunca se tuvo tanto en cuenta a Grecia -y mira que ya llovió-, como se está hablando ahora. La pequeña península balcánica, cuya existencia clásica perpetúa la imponente acrópolis que se alza en el centro de Atenas, no sale de las páginas de los periódicos, abre cada noche los 'telediarios' y centra la atención de las tertulias políticas un día si y otro también convertida en el epicentro, cuando no en el culpable, de todos los problemas económicos que desde un tiempo a esta parte estremecen al mundo.
Cada vez que su precaria situación griega levanta tímidamente la cabeza, un nuevo coletazo asestado por los mercados o las agencias de evaluación la condenan nuevamente a la incertidumbre. Su economía, evidentemente hecha unos zorros, y la mala cabeza de sus gobernantes, mayormente pasados, mantienen al país al borde de la quiebra y a sus habitantes sumidos en la desesperación rayana en la miseria. Hay respuestas para muchos de los porqué que su situación extrema suscita, pero no existe explicación para uno que nos afecta a todos los demás.
¿Cómo es posible que un país de once millones de habitantes, que no es referente económico de nada, que no exporta materias primas cruciales y que no ejerce especial influencia en el sistema financiero internacional, mantenga en vilo al euro, a la eurozona y a poco que nos apuremos a las grandes potencias económicas como Alemania, Francia y hasta los propios Estados Unidos? Es evidente que Grecia está en la órbita de la moneda única europea y lo que ocurra con sus cuentas afecta a la economía continental. Pero, ¿tanto?, tratándose como se trata de un pequeño porcentaje de su producto interno bruto, de su balanza comercial y del volumen de sus transacciones financieras, es incomprensible. No se explica, desde luego, que por muy acatarrada que esté la insignificante economía griega, que lo está, toda la eurozona, con Alemania a la cabeza, se haya puesto a estornudar. Hay en todo esto algo que no se ha explicado y como no se ha explicado, efectivamente, no se entiende. Para empezar, no se entiende que los socios comunitarios no sean capaces de coger el toro por los cuernos y sacar a la economía griega del atolladero actual y encauzarla para el futuro.
Pero sobre todo no se entiende que estén dejando deteriorarse la situación griega con todo el efecto contagio que está demostrando. Si se intuía, y ahora ya se sabe, que el problema adquiriría ramificaciones graves, ¿por qué tanto los gobiernos como la banca internacional no se apresuraron a salirle al paso? Llevamos muchos meses de tiras y aflojas, con reuniones cuyo coste seguramente hubiese contribuido a paliar las deudas griegas, consumiendo titulares que al final se acababan convirtiendo en humo, dejando que la situación en el país se degradase y el ambiente social se e inflamase, y sin atacarla con resolución.
¿Qué estaría pasando -nos preguntamos- si una crisis de esta naturaleza azota a una economía como la francesa, la alemana o, lo que sería más probable, la italiana o la española? Pues fácil es pronosticar que adiós euro, entre otros muchos males. La conclusión improvisada de un observador superficial es que las bases de la economía globalizada que rigen la actividad financiera están prendidas con alfileres, que hacen agua por todas partes y que dejan abiertas muchas grietas para que la libertad en el campo de los negocios haya dejado de tener puertas y reglas.

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