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Diego Carcedo, periodista, asturiano de Cangas de Onís. Fue director de Radio Nacional de España. Corresponsal en Nueva York y Portugal. Es Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos.

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PESIMISMO PASOTA

9 de octubre de 2011

Lo peor de la crisis que estamos sufriendo es el pesimismo con que la afronta la sociedad. Pero es un pesimismo que quizás por carecer de perspectivas de caducidad se ha vuelto preocupantemente pasota. La gente lamenta el duro panorama que enfrenta, pero lo asume con una pasividad pasmosa. No hay conflictos sociales ni protestas populares - el movimiento del 15M se está deshaciendo sin dejar huella-, lo cual puede ser positivo, sin duda, pero el mismo tiempo también se echan de menos reacciones e iniciativas por modestas que sean para buscarle salidas a un horizonte tan cerrado. El panorama que cada mañana ofrece la lectura de los periódicos es francamente desolador. Hace mucho tiempo que no aparece noticia alguna que invita a recuperar la esperanza puesta en una recuperación que se ha vuelto tan escurridiza como una anguila. Los datos económicos son pésimos y, lo peor, no se circunscriben sólo a España. Todo nuestro entorno, incluidos los propios Estados Unidos, atraviesan dificultades parecidas que alejan las perspectivas de que alguna locomotora providencial empiece a tirar con fuerza de los demás. Los políticos, integrantes de una generación que no pasará a la historia por su clarividencia, se agotan en reuniones y declaraciones vacuas que nadie se cree mientras los mercados, convertidos en el verdadero poder en acción, manejan las finanzas sin otra preocupación que no sea salvar sus intereses de la quema y, de paso, quedarse con algún beneficio entre los dedos. Es muy deprimente observar lo que está ocurriendo cuando hay miles de millones de seres humanos que tienen amenazado no sólo el bienestar alcanzado sino también algo tan elemental como son sus derechos a la propia salud o la educación de sus descendientes. Por eso sorprende el pesimismo pasota en que hemos caído. Se nota que nos habíamos acostumbrado mal, que vivíamos en la convicción de que nuestros problemas nos serían resueltos de manera providencial sin tener que aportar nuestra imaginación o nuestro esfuerzo. Hay razones abundantes para quejarse y muchas para indignarse por el pésimo manejo que se ha hecho de la globalización financiera, pero igualmente cabe lamentar la actitud de amodorramiento con que la inmensa mayor parte de los afectados, que somos casi todos los ciudadanos, está reaccionando. Resulta deprimente recorrer las calles salpicadas de locales cerrados, negocios que se traspasan y edificios en venta sin posibilidades de encontrar comprador, del mismo modo que resulta tibiamente alentador observar esporádicas iniciativas mercantiles, comerciales o artesanas que pretenden resurgir de la nada en un desesperado intento de supervivencia empresarial. Son iniciativas alentadoras, desde luego, pero escasas y pocas de ellas predestinadas a salir adelante. Deberían ser muchas porque para superar la crisis es necesario algo más que reivindicar que los bancos reabran el crédito, elemento imprescindible para la recuperación, o que el Estados nos dé el empleo que las empresas destruyen. El pesimismo pasota, que lleva a muchas personas a esperar al ingreso cada fin de mes del exiguo subsidio de supervivencia del desempleo es sin duda la peor contribución que cada cual puede hacer a la búsqueda de soluciones. La crisis, al margen de quienes han tenido mayor responsabilidad en su generación, es un problema de todos y todos, no sólo los políticos, los banqueros o los economistas, tenemos algo de responsabilidad a la hora de afrontarla. Repartir culpas no es la única manera de salirle al paso a las dificultades. Todos los sufrimos y todos debemos aportar algo, más allá de los lamentos, para conjurarlos.


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